Un día contaré tu historia por completo. Fue tanto y tan intenso lo vivido que guardarlo solo para mi me resulta un sacrilegio. Quizás este post escondido en un blog que nadie lee algún día te parezca una carta de despedida, de esas que se escriben las personas cuando dejan la vida en las palabras, cuando se acaba aquello que fue todo y nada, que invadió el territorio agreste de los sentimientos y las mentes para quedarse para siempre: Un amor de otro siglo.
La escribiré sí, lo haré. Quizás cuente la forma en que nos conocimos, la tierna ingenuidad de la que me enamoré y como estuvimos a un clic de no vivir esta historia. También -por qué no- relataré esa tarde en que estando enfermo cocinaste para mí una sopa tan mala que no pude ni mentir que estaba buena, o aquella vez cuando me enseñaste a rescatar un gato; o cuando cantábamos a dúo con la guitarra sin que importe nada más.
Tengo que contarlo, fue tanto lo que diste y tanto lo que di que no sé si alcancen las palabras. Te retrataré delgada, con ese pelo lacio largo y crepuscular que parecía prolongarse hasta el delirio; ese labio fino que al principio odié y después no me importó, esa oreja con su lóbulo glorioso y chillador, aquellas manos que tienen algo, aquellos senos pequeños, esa voz casi tiple que nunca creció. Talvez guarde el secreto de aquel lugar donde solo podía entrar cuando te vencía o cuando me dejabas. También escribiré sobre la magia y sobre los entes inventados en torno a lo nuestro.
Hablaré de esa canción de Sanz que te dediqué al principio, o de Gustavo Cerati rockeando mientras hacíamos el amor. Seguro diré que fuiste la mejor alumna que he tenido en cuanto a música y arte. Diré que te amé con gatos y sin ellos, con mascarillas de aguacate y sin ellas, con tacos y sin ellos.
Lo único que no sé es qué contaré al final, si seré fiel a esta realidad triste que supone este rompimiento, o inventaré uno donde no tenga que escribir este post. O inventaré uno donde no exista un final.