diciembre 15, 2006

Quiero...

Quiero matar el cruel peregrinar de días y llorar, al pie de la rosa, su marchites temprana, hoy quiero envenenar el vicio, y renegar de la inspiración que llega a mi, sin ser llamada. Me encantaría estar cuando arriba el alba recoger sus lágrimas, ser luz y guía, en tu rumbo lejano en el eco difuso, discurso que haya viajado millas a tu mente, espejo que trasmita diáfano el reflejo, del ser que más allá de tantas aguas, ora y siente cada noche el tormento de no ver, de no tener, de no vivir, la presencia de aquellos que dejó. Ser en el tiempo aquel que guíe, tus tropiezos más allá de las lecciones, aquel con potestad de devolverte, todo lo que fue tuyo en algún tiempo, y abandonaste por cuidar tu gremio, tu prole abanderada de tormentos. Que diera por vengar cada una de tus lágrimas, y aleccionar con peso a tus verdugos, por reducir la carga del desarraigo que lleva tu endeble espalda; por encadenar tus penas de ausencia y decepción al suelo donde dejaste un día, a quienes te aman. Ser para ti el músculo, el aliento, el ímpetu con que disfrazas tu cansancio el acorde propio con el que vibra tu pecho, la canción ligera, que de tí me habla Ser tus huesos y tu vientre, ser dueño del dolor que te agobie; hacer míos tus lejanos días, y de repente así, sentir que desempolvo, aquellas horas de tu gracia, de tu presencia, donde nada faltaba, donde todos tus sueños nos arropaban de pies a cabeza, la alabanza que de tu boca hacia el cielo, el aire acompasaba, recordarte como fuiste, mortal y apasionada. De pronto tu voz cada fin de semana, toda una vida resumida, en palabras, sólo palabras fugaces, mujer, ¿qué de ti queda?: una tierra que aguarda tu arribo, y unos hijos que esperan con ansias. Con amor para quien todo es, y a quien siempre espero.

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