Te fuiste disipando entre los días,
que violentamente azotó el Hastío
entre hilos de seda condenados
a perecer quemados en la hoguera
del tiempo, de rutina y soledades,
que sin ti laceraban fuertemente,
desgastando mi ser y acrecentando,
tan lejos del ayer, mis maldiciones.
Te fuiste marchitando como rosa,
que ayer embelleció el vivo jardín
de pronto sin color y sin aroma
entre basura estéril va quedando
inevitáblemente relegada.
Te acabaste, perdida en los murmullos
de sucios labios e impíos placeres
viciadas horas en busca de olvido
para sacar tu nombre de mis sienes
para sellar la cuerda que te amarra.
Y no pudiste aplacar con tu belleza
el pavoroso peso de mi enojo,
porque de tal manera mi venganza
actúa con rencor y con malicia,
que no puede un recuerdo socavarla
ni la piedad minar a su propósito.
Perdóname señor, que nunca quise,
odiarla tan vehemente, ni creía
posible odiar así de esta manera;
pero has que no vuelva, no podría
jactarme de mi ira, como ahora
si frente a mí un día estaría,
ante ella, señor, lo olvido todo.
11/2004
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