La culpa es un arma de destrucción masiva.
Cuando tenía 16 años y estaba en cuarto curso de colegio tenía una compañera llamada Gina, me llevaba bien con ella, era una chica cariñosa, solía hacer dibujos en mis cuadernos y pasábamos la mayor parte del tiempo juntos. Una vez me pidió que dibujara un cerdo en un papel, recuerdo haber reconocido mi dibujo al siguiente día en un papel cuando la junta de disciplina del colegio fue al aula a investigar quien lo había pegado en la pared junto con muchos insultos al rector a quien comparaban con un cerdo. La miré de lejos mientras hablaba la inspectora, ella estaba segura que nunca diría nada.
Nos fueron llamando uno por uno a interrogarnos, nos amenazaron con ponernos una bajísima disciplina, para muchos esa era una amenaza bastante fuerte, sin embargo, como nadie sabía, nadie decía nada hasta que cometí una estupidez, se lo conté a un grupo de amigos, quienes a su vez se lo dijeron a otros, uno de ellos, débil y temeroso de la baja nota, le contó a la junta de disciplina. Expulsaron a Gina, su madre fue a llorar a rectorado para que no lo hagan pero el rector, insensible e inalterable se negó a perdonar. Era un cerdo.
Me sentí el peor hombre del mundo después de eso. Fue un sentimiento que me marcó más que cualquier amorío pendejo de colegio. Lloré amargamente por ella porque me sentía culpable, porque pensé que callar habría marcado la diferencia, porque a pesar de que no fui yo el delator, fue por haberle dicho a alguien que todo se fue al carajo. Días después busqué a Gina, solo me abrazó y me dijo que no importaba. Era un ser rebelde (cuando le dijeron que le pida disculpas al rector lo insultó, aún recuerdo eso) pero era una chica de 16 años que pudo haber aprendido una gran lección en cambio solo le devolvieron sanción y odio. Esa fue la impresión que tuve en ese momento y la sigo teniendo.
El hecho es que la culpa daña, me persiguió por mucho tiempo haciéndome creer lo peor del mundo. Luego de pedirle disculpas a ella, obviamente lo más duro fue perdonarme a mí mismo, eso sí, asunto épico. Solemos ser más duros con nosotros mismos que con los demás. ¿A qué viene todo esto? Pues que hoy me tocó evocar estos momentos y otros más donde el sentimiento de culpa fue el protagonista, todo en pos de reflexionar un poco para poder forjar un criterio, un punto para poder comprender ciertas cosas que le suceden a una mujer a quien amo y quien en un arranque de sinceridad me contó entre lágrimas algo que la atormenta y la hace sentir culpable al punto de intentar huir, de sentirse inadecuada, no merecedora de cosas buenas. Me mató ese sentimiento que noté en ella, la reconocí frágil, afectada en extremo por su incapacidad de personarse. De mí solo salieron palabras de apoyo pero a mí pesar infructuosas.
¿Reflexiones? varias. La principal es que el entorno social en el que nos criamos está dado para la culpa. Es un caldo de cultivo. No entraré en detalles pero desde el mea culpa de la liturgia católica hasta los “las niñas buenas no hacen esas cosas” de los padres cuando hablan de sexo y otros tabúes, contribuyen enormemente a sucumbir a este sentimiento dañino cuando por las razones que fueren (porque somos humanos, por ejemplo, para allá voy) caemos en algún error o actitud dañina. Otra reflexión: No somos robots programados para no pecar o errar, somos seres humanos, nuestra esencia es caer y levantarse. Muchos credos magnifican la culpa y no es raro escuchar amenazas de infierno y fuego eterno a quien ose obedecer a los designios de su cuerpo o sus gustos. Fatal, terrible.
Algo más: hay que tener mucho temple y quien sabe qué otras cosas más para sobreponerse de la culpa. Hay formas de aliviarse, muchas de ellas dependen de factores como el haber tenido la oportunidad de reparar el daño causado, o de haber pedido disculpas y haber sido perdonado, esto último hace el proceso de recuperación mucho más fácil, sobre todo porque viabiliza el perdonarse a sí mismos, que es al fin el verdadero alivio. No hay duda que el ser humano es un mundo de emociones.
La culpa solo está para joder la vida, duele y lastima severamente el hacer daño a otros intencionalmente o no, pero quedarse sumidos en eso por años solamente nos hace infelices y nos convierte en esclavos de la amargura y el sufrimiento. Es duro, y más duro para una mujer. Desearía que ésta fuera una carta que ella pudiera leer y en la que encontrara que la apoyo y que siempre estaré ahí para ella siempre, haga lo que haga. Tal vez sea buena idea. Nos vemos, voy a escribir una carta.
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