Ojalá y no nos cueste caro el experimento.
Igualitarismo
Por Walter Spurrier
Tomado de diario El Universo en su edición de hoy.
Homo sapiens es a la vez egoísta y solidario.
Si no fuera solidario, no habría tantos idealistas que sueñen con la ingeniería de la sociedad perfecta. La solidaridad es lo que ha permitido al hombre organizarse en sociedades cada vez más complejas. Esa complejidad ha permitido la mayor densidad poblacional. La abrumadora mayoría de los humanos de hoy desciende de las grandes civilizaciones.
Pero el hombre también es egoísta: busca su bienestar y el de los suyos, por quienes está dispuesto a trabajar incesantemente y a aplicar su ingenio. El gran éxito de la economía de mercado es dejar el campo abierto para que el hombre se beneficie de su trabajo dentro de las normas que establece la sociedad.
Esto, los refundadores de la Patria no lo quieren aceptar.Allí donde otras constituciones declaran que la organización del país es la economía social de mercado, el proyecto de nueva Constitución habla de “construir un sistema económico... basado en la distribución igualitaria de los beneficios del desarrollo, de los medios de producción y en la generación de trabajo digno y estable” (art. 276, párrafo 2).
Igualitaria no es igualdad de oportunidades. Es que a todos, igual beneficio independientemente del esfuerzo. A todos, igual distribución de los medios de producción, lo cual significa que es inconstitucional acumular patrimonio. Si se trabaja más duro, no se tiene derecho a un mayor beneficio. Si se consume menos para guardar, no se tiene derecho a adquirir medios de producción.
Esto es consistente con la doctrina del sumak kawsay, que vertebra la Constitución. El tipo de sociedad ideal es aquella en que no hay diferencias sociales, no hay acumulación de medios de producción. En las sociedades que viven de la caza, pesca y recolección de frutas, todos los varones participan en la caza, las mujeres en la recolección, y una vez cazado el animal, es necesario consumirlo y todos reciben su porción.
La primera vulneración de esa sociedad vino hace diez mil años con la agricultura. El primer medio de producción fue la tierra, cuyo cultivo comenzó a generar diferencias en la sociedad.
Todos tienen derecho a soñar con su utopía. Los libertarios, con Tarzán de los monos, autosuficiente en la selva. Los ambientalistas extremos, con el sumak kawsay y el abandono de toda tecnología que altere la prístina naturaleza. Pero es inaceptable querer someter a todo un país a un experimento social.
Cuba es uno de los pocos países del mundo que aún quedan donde se experimenta con el igualitarismo. El resultado es que, a pesar de su considerable capital humano, Cuba carece de una economía autosostenible: ayer, Cuba vivía de la ayuda soviética; hoy, de la venezolana.
Raúl Castro, quien hoy gobierna la isla, no hace mucho observó: “Socialismo significa justicia social e igualdad, pero igualdad de derechos, de oportunidades, no de ingresos. Igualdad no es igualitarismo. Este, en última instancia, es también una forma de explotación: la del buen trabajador por el que no lo es, o peor aún, por el vago” (Adelante.cu, julio 23).
Los refundadores de nuestra República insisten en reeditar un experimento fracasado.
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