diciembre 10, 2008

Lluvia de Junio

El sábado muere lentamente, la tarde avanza y una lluvia impropia de Junio martilla el vidrio de las ventanas. No se ha visto nunca por estos lugares una lluvia en Junio, pero aquí está.

Una mujer mira la ventana como queriendo mezclarse entre el agua y la tarde que muere. Las calles de esta ciudad son lo que siempre han sido: un caos. La basura se mezcla con el agua que corre hacía los sumideros y tapona los surcos, muy pronto toda la avenida Manzano es una piscina donde los autos pasan levantando oleadas de lluvia y basura. Rebeca esta cansada, hizo las compras del sábado y arregló la casa, se sienta en el balcón a mirar la lluvia caer mientras piensa en morir. La muerte le acecha la cabeza, la invade, a veces la convence, se mete en sus entrañas, aparece en forma de tristeza, otras veces de soledad. Mira desde su sillón de paja en su balcón como la oscuridad se va adueñando de su casa mientras la noche llega poco a poco.

Piensa, escucha los peatones y los carros. Quiere salir a la calle, después quiere llamar a alguien pero no se atreve. Siente nervios, ansías, se queda pensando en nada de repente.

Abandona el balcón y se sienta en la estancia, cruza las piernas y enciende el TV. Recuerda a Julia, ella le dice que siempre este ocupada. Que no es bueno no hacer nada porque así solo conseguirá más tristeza. Julia le dijo que ella no tiene la culpa, que la vida es así y la muerte llega a veces inesperada. Ella lo sabe, pero no lo comprende. Aun piensa en aquella noche de Enero cuando sucedió lo inimaginable, mientras mira en el espejo grande de la sala su vestido negro y unas lágrimas blancas que le nublan la mirada. Ya es tarde para desaparecer cada palabra de su mente. Empieza a caminar, va de un lado al otro mientras en su cabeza se dibuja una mirada: la de su hombre, un rechinar de llantas en el asfalto, un golpe y un dolor que vuelve a sentir como aquella noche. Ella sufre, la casa es enorme para su soledad, a veces recuerda a Raúl que ojea el diario sentado en la mesa de pino oscuro de comedor esperando que su mujer mitigue el hambre del medio día de trabajo mientras le conversa sin mirarla que las cosas en la oficina no van bien, que perdió EMELEC que la calle esta dura. Raúl se despide con un beso en el vientre de su amada, así se despide de su campeón, al que quiere llamar como él y aún no ha nacido.

Camina más, la sala es grande y hay muchos espejos. Ella rehúye. Julia -Piensa- en voz alta, ¿La llamaré? se pregunta. Siempre fue autosuficiente, nunca gusto pedir consejos y quien la conoció jamás la vio llorar, solo su mamá. Ni sus amigas mas entrañables jamás la vieron mostrarse débil o vulnerable, la Rebeca de siempre no era de las que llamaba a sus amigas a pedir consejos o a causar lástima. ¿La llamaré? pensaba.

Llama, Julia no está en casa. Llora, se horroriza cuando cierra sus ojos y recuerda cuando Raúl le dijo que debían quitar tantos espejos de la casa. Toca su vientre y recuerda al campeón dar pataditas dentro de su ser. Otra vez dentro de si se rompe algo como un cristal con cada recuerdo. Rebeca no quiere recordar.

Hubo un tiempo no tan lejano cuando, en una lluvia como la de este sábado gris -mas no en Junio- Rebeca caminaba descalza en medio de la lluvia, su esposo solo la miraba y sonreía, Para entonces eran felices. Pero la felicidad no es cosa que se tenga segura para siempre, un instante más tarde está en su casa tratando de no recordar para no dañarse, para no perecer o simplemente para honrar a los muertos manteniéndose viva. Pero cada día es más difícil de lograr.

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