agosto 12, 2012

En tiempos de soledad….

Rita me visita un domingo cualquiera después de semanas pidiéndole que lo haga. Ella sabe a qué viene, siempre lo ha sabido. Lo nuestro es como un acuerdo no verbal que asume que todo está comprendido, por eso de la parada de bus vamos a directo a un motel del que no saldremos sino hasta que sea hora de irse y volver a lo rutinario, es decir a lo que no importa. Es que en tiempos de soledad absoluta suele suceder que buscas sexo para confundirlo con amor intencionalmente aunque sea por unas horas. Mientras dura el desenfreno uno también se vuelve eterno, sucede igual que en el amor y no tiene sus consecuencias, al menos no si tomas las precauciones y sabes separar muy bien amor y sexo.

No nos hemos visto hace 6 años. La última vez que nos vimos fue una noche descomunal que tuvo desde licor hasta autostop en un lugar desconocido. Por un momento vivimos en los 70’s, sin más preocupación que estar juntos a sabiendas que luego debíamos volver cada quien a sus ciudades y a sus diarias ocupaciones. Vivía en Guayaquil para entonces, ella, como hasta ahora en Machala. Su viaje fue de última hora yo la esperé en la terminal perfumado y listo. Entonces entendía el sexo como algo que debía asumirse desde los sentimental, desde el afecto que aunque no de una relación formal, sí desde un vínculo extrañamente afectivo. Ella, tal como me lo explicaría un día y decenas de cervezas después, se tomaba el sexo como un acto meramente carnal y despegado de todo sentimiento. Para Rita el sexo con amor (entiéndase con la pareja a la que amaba) podía ser bueno o malo, pero el sexo –como puro y llano acto carnal- era una mezcla mórbida de lujuria y deseo por lo prohibido que le excitaba. Yo no buscaba enamorarla, pero sí establecer un vínculo, aunque aún no sabía cuál; ella simplemente sexo. El tiempo terminaría por darle un poco la razón a ella.

Es domingo y Rita me recuerda aquel fin de semana en que no importó nada más que esa aventura de tenernos sin amarnos y sin que exista nada más que la atracción y el deseo. Me mira como preguntándose que fue de aquel muchacho de 23 años que conoció 6 años atrás, pero sé que principalmente se pregunta qué fue de ella. Me cuenta que se casó y se divorció, que no tuvo hijos, que sus padres siguen juntos y no se explica por qué ella no pudo lograr una historia parecida, que su negocio no prospera como ella quiere. Me dice que además que a pesar de todo, espera mejores días. La escucho y sé que no es feliz, me escucha y supone que soy feliz. Los dos somos dos desconocidos nuevamente tratando de saber más el uno del otro. El sexo no es más que un “compenetrador” eficaz, pienso. En el peor de los casos dos extraños que se encuentran en la cama muy de vez en cuando crean un vínculo quizás más fuerte que aquellos amantes regulares que comparten mucho más que eso. Es solo un pensamiento y no hay nada de verdad ni de absoluto en eso. Lo real es que fue un domingo que duró menos de lo que hubiera querido. Al final del día nos despedimos y quedamos a la espera de que esto no cambie, de que sigamos siendo aquellos que nunca se ven más que para tener sexo y contarse sus vidas sin esperar absolutamente nada a cambio más que sincera consideración e inolvidables momentos de sexo sin los riesgos que el amor conlleva, o talvez solo somos dos locos que no quieren lo que todo el mundo quiere y no nos interesa una explicación coherente.

No digo más.

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