La primera vez que Don Juan Deigo Cabrera voló lo hizo por accidente. Para entonces tenía 45 años y era un prospero comerciante de frutas en el mercado de Guayaquil. Su esposa Mery lo acompañaba esa tarde cuando Juan Deigo, después de arreglar la antena de televisión en el techo de su casa, resbaló y rodó hasta llegar al filo del chapitel donde quedó colgado de las protuberancias de una viga. Mery quiso ayudarlo. Intentó subir por la escalera que su esposo dejó puesta pero su miedo a las alturas la detuvo. Entonces la viga cedió por el peso y se dobló, Juan Deigo cayó, más al sentir que caía solo sacudió sus brazos asustado y empezó a volar.
Desde entonces la vida en el Cristo del Consuelo no es la misma.
Reporteros entran y salen de la casa de Juan Deigo, lo entrevistan, les dicen una y otra vez que cuente sobre su vida, sobre esa tarde en que no cayó sino que empezó volar y él, tan contento por aparecer en casi todos los noticieros no hace más que aprovechar su momento de fama. Mery solo desearía que ese día nunca hubiera ocurrido. Odia tener que hablar ante cámaras y está cansada de aparecer en televisión. A veces dice que preferiría que su esposo hubiera caído. “Así al menos lo tendría en casa aunque sea con una pierna rota” dice cuando se da cuenta que Juan Deigo ya no pasa en casa, ni los fines de semana porque la fama se lo lleva a cualquier lado.
Juan Deigo siempre fue trabajador. Se levanta a las 5 de la mañana para levantar su tienda de frutas en el mercado, y trabaja sin descanso hasta las 6 de la tarde. Jamás defraudó a un amigo y nunca quedó mal con sus proveedores. Cuando un familiar o conocido le va a pedir fiado él nunca se niega aunque después muchos no paguen. Mery le dice que tiene un carácter débil pero él no lo cree así. Piensa para si mismo que tarde o temprano tendrá su recompensa porque es así como le enseñó a pensar su padre, un agricultor de los alrededores de Latacunga, quien además le inculcó el respeto a las plantas, le decía que de sus frutos vive el hombre y que debemos tenerles respeto, entonces Juan era solo un niño, y su vida eran las plantaciones que sus padres tenían y en las que ayudaba a cosechar las moras, papayas, melones, sandías, y demás frutas que luego vendían en la plaza de Latacunga los Viernes por la mañana.
Una vez mientras ayudaba a su padre a vender vio una niña que le llamó la atención, sus trenzas eran hermosas, y su piel tenía el color de las papayas que cosechaba con su papá. “Nunca había visto niña más hermosa”, diría tiempo después cuando le preguntaban como había conocido a Mery, en una de las tantas entrevistas que le hacían. Juan disfruta su nueva vida de fenómeno, le gusta contar historias, le gusta tener a la gente pendiente de sus anécdotas y de sus historias. No le importa repetir 100 veces a uno y otro periodista cómo fue que voló.
Siempre firma como Juan Cabrera, no le gusta decir que su segundo nombre es producto del error tipográfico de la funcionaria del registro civil de Latacunga que en vez de escribir Diego, como se llamó su abuelo y su padre, escribió Deigo, error del que sus padres no se dieron cuenta hasta que lo inscribieron al jardín de infantes. Para entonces fue demasiado tarde y nadie pudo corregir el yerro.
Hoy Juan es figura pública, las escenas filmadas en el celular de Carlos, el hijo de su amigo Pancho, vecino de la casa del frente en el Cristo del Consuelo, dieron la vuelta al mundo. En ellas se ve a Juan Deigo volando por encima de las cabezas de los vecinos y curiosos que uno a uno fueron llegando a la vieja casa de los Cabrera a ver cómo es que el vendedor de verduras se mantiene en el aire sin ninguna otra acción más que agitar sus brazos. Cuentan que estuvo así más de 10 minutos hasta que, cansado de agitar los brazos y de gritar desesperados, cayó desde aproximadamente 3 metros, sin que sufriera heridas graves. No pocos científicos en investigadores de todas partes del mundo, en el poco tiempo de divulgado el hecho, han llegado a conocer su historia. Es probable que pronto Juan sea una celebridad a la que invitarán a otros países a entrevistas largas, pero eso no le preocupa. Lo que realmente no lo deja dormir es aquella pregunta que ya le han hecho, y que a él le ronda por la cabeza sin que tenga respuesta y sin que se aventure a conseguirla: ¿Podrá repetir el acto que lo hizo famosos? ¿Podrá volar otra vez?. Talvez, piensa Juan, termine apachurrado en el piso si lo intenta nuevamente. Seguramente fue un milagro que no se repetirá, -bien pudo haber muerto y si lo intenta otra vez seguro morirá- le dice Mery cansada del espectáculo. Pero Juan duda, simplemente quiere intentarlo otra vez, aunque sabe que puede morir en el intento. Juan quiere volar y esta vez lo está planeando bien.
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