agosto 29, 2012
La bella durmiente
Me gusta pensar que la nuestra es una historia poco ordinaria aunque en el mundo de hoy lo extraordinario puede ser mucho más frecuente de lo que uno piensa, no obstante estoy seguro que al menos para el común de la gente que me rodea, las circunstancias en las que nos conocimos son no solo inverosímiles sino inconvenientes, reprochables e incluso innobles. Juzgue usted, estimado lector:
Creo una cuenta falsa de facebook que usaré para agregar a chicas y hacerle propuestas indecentes. Sí, leyó bien y sí, es lo que se imagina. ¿Qué harías tú si un día descubres que te excita enormemente la idea del sexo casual (entiéndase con una desconocida) y más aún si es con alguien que -sin dedicarse a ello- acepta hacerlo a cambio de dinero? Lo sé, seguramente no harías nada y dejarías que el tiempo y la monotonía se lleven lejos esas ideas malsanas y protervas e incluso, talvez, te reprenderías a tí mismo por tener tan pervertidos pensamientos. El problema es que yo nunca he sido como el resto, y no es algo que me enorgullezca mucho de verdad. Así que ahí me tienen adoptando un nombre falso, creando un correo electrónico falso que sirve para un perfil falso que a su vez sirve para dar rienda suelta a una búsqueda totalmente verdadera. Mi nuevo nombre luce bien, es el que siempre quise llevar, y mi apellido, bueno, solo se me ocurrió. Escojo una foto mía, de las más antiguas que tengo y uso photoshop para ponerla en negativo. El objetivo -pienso- es evitar que me reconozcan en caso de que mi perfil falso sea visto por algún amigo o conocido. Todo está planeado en detalle, las palabras para abordar conversación, la edad y el lugar de las chicas a las que dirigiré mi indecorosa empresa, qué responder y cómo actuar ante tal o cual situación o reacción, quien soy y a qué me dedico. Todo un mundo de instrucciones en pos de conseguir una chica que esté dispuesta a tener sexo conmigo a cambio de dinero.
Encontré varias.
En realidad costaba mucho no parecer un enfermo psicópata en busca de una víctima, pero una vez superado el instante en el que tienen que mandarte a volar, trataba de parecer alguien "normal" que solo tiene una fantasía sexual que quiere cumplir. De muchísimos intentos, varias aceptaron. Me acosté con algunas, con las otras me pasó algo extraño (pero no más extraño que lo que me pasó con mi bella durmiente, luego llego a ese punto), me conformé con haberlas convencido: mi perversión se satisfizo cuando me dijeron que sí y el próximo paso era acordar lugar y fecha para el encuentro íntimo a cambio de una suma de dinero previamente acordada. De alguna manera me sentí como el tipo de persona que "solo busca ver arder el mundo" si me permiten acoger las palabras de Alfred, el mayordomo de Bruce Wayne en Batman the Dark Knight, respecto al tipo de malhechor que no lo mueve nada lógico, sino el simple hecho de sacar el lado perverso de los que se creen buenos. Eso era yo, en eso me convertí y creo que no hice nada malo, aunque sé que ustedes pensarán lo contrario. Y la verdad no se los hubiera contado sino fuera necesario para que comprendan en contexto el porque es extraordinario el haberla conocido, a eso voy.
Mi bella durmiente nunca aceptó lo que le propuse, pero jamás se fue. Tiempo después me diría que estuvo a un clic de bloquearme, sin embargo algo la detuvo. Nos gusta pensar que fue el destino, o algo así. Pase de ser un chico normal que buscaba una fantasía sexual, a un chico que le gustaba chatear con esa dulce extraña de facciones delgadas y amante de los gatos que respondía cada insinuación erótica con delicadeza y encanto. Se transformó en un aliciente para mi soledad (sí, estaba solo), dejó de ser un un blanco al que quería quebrantar y empezó a ser la chica que cargaba de encanto sus palabras y cuyas locuras y pasiones (escribir, por ejemplo, tenía un blog que adoré) me resultaban más que atrayentes. Un día dejé de hablarle de sexo, para entonces -y sin conocernos- la pensaba mucho, por eso decidí llamarla y escucharla. Su voz era extraña y particularmente aguda, yo diría que tiple. Confieso que al principio me asustó, luego terminé acostumbrándome. Nos conocimos en Febrero, era Lunes, aquel bar que ya no existe se llamaba Nostalgia. Llegó un poco despeinada y con visible apuro pues era un encuentro acordado a última hora ya que ambos estábamos en el mismo centro comercial por coincidencia. Recuerdo haber pensado era bonita sin llegar a ser deslumbrante, era mejor de lo que imaginaba. Me enamoré de alguien a quien en primer momento invité a fornicar a cambio de dinero. Me enamoré de alguien a quien no le importó. Ella también se enamoró. Entonces la vida adquiere categoría de interesante.
Ya son más de 4 años de novios y aunque la vergüenza es mía -o debería, porque no me avergüenzo la verdad- seguimos mintiendo por común acuerdo cuando alguien nos pregunta cómo nos conocimos. Confieso que me sigue atrayendo el sexo casual, el problema es que encontré un buen motivo para hacerme el "normal" y entregarme a la rutina. Como diría mi otro yo, estoy domesticado.
Ya son casi las 02:00, no quiero que se despierte.
agosto 24, 2012
Adiós
“Poder decir adiós es crecer” reza la frase de Gustavo Cerati en la canción que da nombre a este post. Y no es que crea que es 100% absoluta (de hecho creo que nada en este mundo lo es) pero estoy convencido de que lleva bastante razón el argentino.
Este escrito es un ejercicio de reflexión sobre el acto de desprenderse de alguien a quien quieres o a quien por lo menos te acostumbraste a tener a tu lado y que, por los motivos que sean, debes abandonar o te abandona. El mundo se viene encima, eso lo sabemos, de pronto descubres que el resto de tu vida debes pasarla sin esa persona; que los planes se fueron al carajo y que crece un vacío en el pecho y en el estómago que te desuela y te termina. Todo se torna melancólico y pueril. Te dices para ti mismo que pasará pero el dolor parece que cada vez es más grande. La esperanza, esa que siempre suele jugar a favor, en ese momento no es más que un ruin ejercicio de auto engaño y masoquismo. Al final te recuperas, pero ya no eres el mismo. Nunca lo volverás a ser.
Pero hay adioses y adioses. Pablo Neruda dice adiós de una forma extraordinaria en su poema Farewell donde es capaz de disfrazar con palabras y frases elegantes y sublimes, el reprochable hecho de abandonar a una amante que espera un hijo tuyo. “Yo no lo quiero, Amada. Para que nada nos amarre… que no nos una nada” Escribe Neruda frío y miserable. También hay quien dice adiós de forma más lastimera, Manuel Acuña en Nocturno es buen ejemplo de ello. “¡adiós por la vez última, amor de mis amores; la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores; mi lira de poeta, mi juventud, adiós! Dice Acuña sin escatimar signos de admiración e histrionismo.
El adiós es un final y por ende un nuevo comienzo, siempre. Es imposible no sentir dolor pero es imposible también sentirlo eternamente pues la vida, el cuerpo y el alma no dan para eso. Si eres fuerte (¿Qué es ser fuerte? Pues saber y estar consciente de que siempre, con esa persona o sin ella, con dolor o sin él, al final del día, vas a estar bien, pase lo que pase) sabes de que acabará todo un día y los recuerdos perderán su carga emocional en algún momento, entonces volverás a ser un extraño para aquella persona, alguien a quien la línea de tiempo volvió un recuerdo, alguien que ya no es.
Entonces sabrás que solo es cuestión de tiempo. Entonces lo mejor es darle play a la canción de Cerati, sufrirla un poco y darle tiempo al tiempo.
“Del mismo dolor vendrá un nuevo amanecer”
No digo más.
agosto 13, 2012
El Vuelo
La primera vez que Don Juan Deigo Cabrera voló lo hizo por accidente. Para entonces tenía 45 años y era un prospero comerciante de frutas en el mercado de Guayaquil. Su esposa Mery lo acompañaba esa tarde cuando Juan Deigo, después de arreglar la antena de televisión en el techo de su casa, resbaló y rodó hasta llegar al filo del chapitel donde quedó colgado de las protuberancias de una viga. Mery quiso ayudarlo. Intentó subir por la escalera que su esposo dejó puesta pero su miedo a las alturas la detuvo. Entonces la viga cedió por el peso y se dobló, Juan Deigo cayó, más al sentir que caía solo sacudió sus brazos asustado y empezó a volar.
Desde entonces la vida en el Cristo del Consuelo no es la misma.
Reporteros entran y salen de la casa de Juan Deigo, lo entrevistan, les dicen una y otra vez que cuente sobre su vida, sobre esa tarde en que no cayó sino que empezó volar y él, tan contento por aparecer en casi todos los noticieros no hace más que aprovechar su momento de fama. Mery solo desearía que ese día nunca hubiera ocurrido. Odia tener que hablar ante cámaras y está cansada de aparecer en televisión. A veces dice que preferiría que su esposo hubiera caído. “Así al menos lo tendría en casa aunque sea con una pierna rota” dice cuando se da cuenta que Juan Deigo ya no pasa en casa, ni los fines de semana porque la fama se lo lleva a cualquier lado.
Juan Deigo siempre fue trabajador. Se levanta a las 5 de la mañana para levantar su tienda de frutas en el mercado, y trabaja sin descanso hasta las 6 de la tarde. Jamás defraudó a un amigo y nunca quedó mal con sus proveedores. Cuando un familiar o conocido le va a pedir fiado él nunca se niega aunque después muchos no paguen. Mery le dice que tiene un carácter débil pero él no lo cree así. Piensa para si mismo que tarde o temprano tendrá su recompensa porque es así como le enseñó a pensar su padre, un agricultor de los alrededores de Latacunga, quien además le inculcó el respeto a las plantas, le decía que de sus frutos vive el hombre y que debemos tenerles respeto, entonces Juan era solo un niño, y su vida eran las plantaciones que sus padres tenían y en las que ayudaba a cosechar las moras, papayas, melones, sandías, y demás frutas que luego vendían en la plaza de Latacunga los Viernes por la mañana.
Una vez mientras ayudaba a su padre a vender vio una niña que le llamó la atención, sus trenzas eran hermosas, y su piel tenía el color de las papayas que cosechaba con su papá. “Nunca había visto niña más hermosa”, diría tiempo después cuando le preguntaban como había conocido a Mery, en una de las tantas entrevistas que le hacían. Juan disfruta su nueva vida de fenómeno, le gusta contar historias, le gusta tener a la gente pendiente de sus anécdotas y de sus historias. No le importa repetir 100 veces a uno y otro periodista cómo fue que voló.
Siempre firma como Juan Cabrera, no le gusta decir que su segundo nombre es producto del error tipográfico de la funcionaria del registro civil de Latacunga que en vez de escribir Diego, como se llamó su abuelo y su padre, escribió Deigo, error del que sus padres no se dieron cuenta hasta que lo inscribieron al jardín de infantes. Para entonces fue demasiado tarde y nadie pudo corregir el yerro.
Hoy Juan es figura pública, las escenas filmadas en el celular de Carlos, el hijo de su amigo Pancho, vecino de la casa del frente en el Cristo del Consuelo, dieron la vuelta al mundo. En ellas se ve a Juan Deigo volando por encima de las cabezas de los vecinos y curiosos que uno a uno fueron llegando a la vieja casa de los Cabrera a ver cómo es que el vendedor de verduras se mantiene en el aire sin ninguna otra acción más que agitar sus brazos. Cuentan que estuvo así más de 10 minutos hasta que, cansado de agitar los brazos y de gritar desesperados, cayó desde aproximadamente 3 metros, sin que sufriera heridas graves. No pocos científicos en investigadores de todas partes del mundo, en el poco tiempo de divulgado el hecho, han llegado a conocer su historia. Es probable que pronto Juan sea una celebridad a la que invitarán a otros países a entrevistas largas, pero eso no le preocupa. Lo que realmente no lo deja dormir es aquella pregunta que ya le han hecho, y que a él le ronda por la cabeza sin que tenga respuesta y sin que se aventure a conseguirla: ¿Podrá repetir el acto que lo hizo famosos? ¿Podrá volar otra vez?. Talvez, piensa Juan, termine apachurrado en el piso si lo intenta nuevamente. Seguramente fue un milagro que no se repetirá, -bien pudo haber muerto y si lo intenta otra vez seguro morirá- le dice Mery cansada del espectáculo. Pero Juan duda, simplemente quiere intentarlo otra vez, aunque sabe que puede morir en el intento. Juan quiere volar y esta vez lo está planeando bien.
agosto 12, 2012
En tiempos de soledad….
No nos hemos visto hace 6 años. La última vez que nos vimos fue una noche descomunal que tuvo desde licor hasta autostop en un lugar desconocido. Por un momento vivimos en los 70’s, sin más preocupación que estar juntos a sabiendas que luego debíamos volver cada quien a sus ciudades y a sus diarias ocupaciones. Vivía en Guayaquil para entonces, ella, como hasta ahora en Machala. Su viaje fue de última hora yo la esperé en la terminal perfumado y listo. Entonces entendía el sexo como algo que debía asumirse desde los sentimental, desde el afecto que aunque no de una relación formal, sí desde un vínculo extrañamente afectivo. Ella, tal como me lo explicaría un día y decenas de cervezas después, se tomaba el sexo como un acto meramente carnal y despegado de todo sentimiento. Para Rita el sexo con amor (entiéndase con la pareja a la que amaba) podía ser bueno o malo, pero el sexo –como puro y llano acto carnal- era una mezcla mórbida de lujuria y deseo por lo prohibido que le excitaba. Yo no buscaba enamorarla, pero sí establecer un vínculo, aunque aún no sabía cuál; ella simplemente sexo. El tiempo terminaría por darle un poco la razón a ella.
Es domingo y Rita me recuerda aquel fin de semana en que no importó nada más que esa aventura de tenernos sin amarnos y sin que exista nada más que la atracción y el deseo. Me mira como preguntándose que fue de aquel muchacho de 23 años que conoció 6 años atrás, pero sé que principalmente se pregunta qué fue de ella. Me cuenta que se casó y se divorció, que no tuvo hijos, que sus padres siguen juntos y no se explica por qué ella no pudo lograr una historia parecida, que su negocio no prospera como ella quiere. Me dice que además que a pesar de todo, espera mejores días. La escucho y sé que no es feliz, me escucha y supone que soy feliz. Los dos somos dos desconocidos nuevamente tratando de saber más el uno del otro. El sexo no es más que un “compenetrador” eficaz, pienso. En el peor de los casos dos extraños que se encuentran en la cama muy de vez en cuando crean un vínculo quizás más fuerte que aquellos amantes regulares que comparten mucho más que eso. Es solo un pensamiento y no hay nada de verdad ni de absoluto en eso. Lo real es que fue un domingo que duró menos de lo que hubiera querido. Al final del día nos despedimos y quedamos a la espera de que esto no cambie, de que sigamos siendo aquellos que nunca se ven más que para tener sexo y contarse sus vidas sin esperar absolutamente nada a cambio más que sincera consideración e inolvidables momentos de sexo sin los riesgos que el amor conlleva, o talvez solo somos dos locos que no quieren lo que todo el mundo quiere y no nos interesa una explicación coherente.
No digo más.